[texto de catálogo por Carolina Senmartin, para la exhibición Personal de Futilería. 2013]
En el cuento La carta robada, Edgar Allan Poe construye una trama que esconde una tesis: que un sistema de creencias regido por la lógica deductiva sólo permite comprender y analizar algunos pocos datos de la realidad, mientras oculta otros, que esquivan nuestra comprensión. En tanto no saltemos a otro paradigma de acercamiento al mundo, que corra el velo impuesto por un régimen de visión que nos impone ciertas creencias como obvias y naturales, la carta robada seguirá oculta.
A este juego nos llama la obra “Personal de futilería”.
Despacio, sin prisa, mientras recorremos los objetos, se van desplegando las capas, unas tras otras: el musgo que recubre y obstaculiza la identificación de las formas sobre las cuales crece suturando los bordes de su cultivo, los rosetones ornamentales dispuestos en el cielo-raso del espacio de la galería proliferando a modo de células y, por último, la colección de piedras cuidadosamente elegidas y enmarcadas respetando sus formas tridimensionales y sus ángulos.
Estos objetos nos dicen: nada es tan natural ni tan artificial para la percepción humana.
Tomando distancia, un paisaje bonsái se configura sobre un basamento. En apariencia la montaña no es otra cosa que una pendiente que necesita de la siguiente para dar lugar a un conjunto de lomas verdeadas y que, a medida que avanza la exposición en el tiempo, se va convirtiendo en un manto esponjoso, denso, autónomo. ¿Necesitamos entender que debajo del musgo hay objetos “informados”?
El colectivo de artistas entiende que sí. Revelan en su texto de presentación de la exposición, que detrás de un empeño estajanovista1 –lo que en la jerga cotidiana llamamos trabajar a destajo– para producir una serie objetos fútiles, existe un patrón figurativo que responde a una iconología popular.
El manto de musgo, aún cuando sea naturaleza domesticada, no deja de comportarse según sus propias reglas –ciegamente, sin un fin-, recubre las formas del artificio humano seriadas y repetidas hasta el cansancio: enanitos, cabezas de caballos, chés Guevara, angelitos, objetos en apariencia de una banalidad absoluta, que, sin embargo, cumplen una función –y son así útiles- en ritos cotidianos de algunas comunidades de creyentes.
Silenciado por su disposición, fuera del campo de visión naturalizado –mediando el metro cincuenta sobre el plano vertical más próximo– los rosetones se multiplican sobre nuestras cabezas como si fuesen organismos vivos que se reproducen, tal como lo hace el musgo estimulado por la humedad. ¿Cuál de ellos es el original? ¿Habrá un original posible en esta cadena de copias y de calcos?
Simultáneamente, en una sala contigua, otro sistema de creencia se pone en funcionamiento –la del objeto aurático, único e irrepetible, representado por la tradición artística del marco–. Mediante elementos decorativos: líneas curvas o rectas, relieves o estrías, imitando el tallado de la madera y aplicando el dorado a la hoja, un conjunto de piedras forma una constelación de pequeñas “grandes obras”. ¿Habrá algo más inútil y al mismo tiempo romántico que esta serie de objetos? Las colecciones, en este caso de piedras recogidas en distintos viajes, responden a una urgencia, la de conservar un pedacito de material natural, un testimonio de haber estado “allí alguna vez”. En su nuevo estado, estos objetos-cuadros, con sus texturas minerales, sutiles brillos de pequeñísimos fragmentos de mica y moluscos adosados, están puestos a funcionar en una fruición entre lo inútil-decorativo y una operación riesgosa: hacer un guiño al sistema del arte –estas no son obras de arte–, un chiste que roza lo ingenuo y que al mismo tiempo resulta sutilmente mordaz.
Los objetos en su contexto original y por separado se encontraban cargados de múltiples y diversos sentidos: el musgo (primitiva planta que se reproduce en un cementerio serrano), los enanitos multiplicados por cientos en las estanterías de un comercio, o cuidadosamente coloreados y colocados en el aparador de un interior, las piedras encontradas en una caminata al borde del mar, los marcos copiados con delicadeza en una escala mínima, el rosetón encontrado en la calle…
El montaje, expresado por la yuxtaposición de realidades (cósicas) divergentes entre sí, revela una fase reflexiva y analítica2 previa para cada elemento en el conjunto de la exposición. La operación montajística deja entrever las huellas de sus costuras, la heterogeneidad […] de sus significantes, la convivencia de lo diverso sin que se pierda la particularidad de cada elemento. En consecuencia el montaje actúa en su estado más visible […] al insistir en el carácter fragmentario de las partes y no orgánico del conjunto3.
Y es allí, en el intersticio entre costura y costura, donde la lógica ha de dejar lugar a otras formas de interpretación de la realidad, de este modo la “carta robada” en Personal de futilería, se nos develará en sus múltiples y posibles significados.
Mgtr. Carolina Senmartin
Córdoba, 2013.
1 Método ideado para aumentar la productividad laboral, basado en la iniciativa de los trabajadores. De A. G. Stajanov, 1906-1977, minero soviético, que batió el récord de extracción de carbón.
2 Perié, Alejandra, Opacidad y transparencia de los procedimientos alegóricos o de montaje en el llamado arte contemporáneo, Tesis doctoral, Universidad Castilla La Mancha, Cuenca, 2009. (P. 45)
3 Sánchez Biosca, Vicente, El montaje cinematográfico. Teoría y Análisis, Paidós, Barcelona, 1996. (P. 60)
Ver las obras de la exposición Personal de Futilería
Otro texto del catálogo:
Naturaleza y ornamentalidad; imposición, subyugación y ambigüedad: tres busquedas de sentido para en «Personal de Futilería». Cecilia Flores Aracena. [2013]
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